Cualquier aficionado o amante de lo inexplicable sabe que un lugar común donde se suelen producir fenómenos extraños es el colegio. Colegios sevillanos en los que su propio hijo puede estar matriculado y usted, querido lector, no sabría nada de lo que allí ocurre. Evidentemente obviaré los nombres de estos centros escolares y de los testigos para no perjudicar a las fuentes. Como es lógico, los centros escolares tienen contratado un servicio de alarmas para evitar robos. Y cuando ésta salta, acuden al lugar varios vigilantes de seguridad para verificar que todo está en orden.
Pongámonos en situación. Madrugada sevillana. Se dispara una alarma en un céntrico colegio sevillano. Dos vigilantes se dirigen al lugar, entran y, en ese momento, las luces se encienden y se apagan intermitentemente, muy rápidamente, algo que no preocupa a estos dos profesionales, que continúan revisando el recinto. Suben hacia la primera planta por unas tétricas escaleras. Al subir, escuchan como si alguien estuviese tecleando el panel de control de la alarma. Bajan corriendo, pero allí no había nadie.
Pongámonos en situación. Madrugada sevillana. Se dispara una alarma en un céntrico colegio sevillano. Dos vigilantes se dirigen al lugar, entran y, en ese momento, las luces se encienden y se apagan intermitentemente, muy rápidamente, algo que no preocupa a estos dos profesionales, que continúan revisando el recinto. Suben hacia la primera planta por unas tétricas escaleras. Al subir, escuchan como si alguien estuviese tecleando el panel de control de la alarma. Bajan corriendo, pero allí no había nadie.
El principal testigo asegura que el ‘fenómeno’ de las luces les acompañó durante toda su estancia en el recinto, así como bajadas de temperatura y ruidos extraños. En este colegio está documentado que, en unas excavaciones, se exhumaron varios cadáveres de frailes, algo muy común en Sevilla. Estas dos personas salieron del lugar muy asustadas. De hecho, aseguran que cuando se activa la alarma en ese colegio, piden más efectivos.
El siguiente testimonio tiene como protagonistas a los mismos vigilantes, pero distinto lugar. Sin salir de la ciudad de Sevilla, cruzamos el rio y nos vamos al barrio sevillano por excelencia, Triana. Allí nos encontramos con otro colegio y acontecimiento sin explicación ni lógica. Mismos patrones. Es sábado de madrugada. Se activa una alarma en este lugar y los vigilantes de seguridad acuden a la llamada de la central de alarmas. Entran y, nada más hacerlo, escuchan ruidos de movimientos de mobiliario escolar en la primera planta.
Al subir se estremecen al escuchar cómo llora un niño dentro de un aula que está al final de un pasillo. Cuanto más se acercan al aula, más fuerte suena el llanto del niño y más perplejos quedan. Lo primero que piensan los vigilantes es que un niño se ha quedado encerrado. Ya se encuentran en la puerta. Con la llave maestra en la mano dispuestos a abrir la puerta y liberar al supuesto niño, y en un momento de lucidez, piensan que es imposible que un sábado haya un niño en el colegio, pues los sábados no hay clases, y alguien lo hubiese echado en falta, por lo que los vigilantes, aterrorizados, que aún escuchan al niño detrás de la puerta, deciden no abrir la puerta y marcharse lo antes posible.
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