Nadie se acuerda ya, salvo ellos y su protegida, de que aquel mediodía de principios de mayo de 2002, José y Miguel Ángel salvaron la vida de la dirigente política que les habían encargado proteger. Fue en la población navarra de Olazagutía. La mujer, al salir de su trabajo para dirigirse a casa, en la vecina Alsasua, vio cómo un coche con varios terroristas de ETA se detenía frente a ella. Uno de los encapuchados salió del vehículo, abrió el maletero y sacó una escopeta. Pero allí estaban sus dos ángeles de la guarda para evacuarla y ponerla a salvo. Corrieron peligro, mucho, pero tenían asumido que era su trabajo. Sin embargo, hoy, más de una década después, los dos héroes anónimos de esa mujer cumplen su propia condena: no tienen empleo. Es por lo que han decidido dar a conocer su rostro, ese que antes debían hacer pasar desapercibido cuando los pistoleros repartían dolor en forma de sangre por las calles de toda España, aunque especialmente en el País Vasco y Navarra.
El Gobierno nos ha mentido José Vega, de 41 años, y Miguel Ángel Herrero, de 38, se encuentran en huelga de hambre frente a la carretera de entrada a la cárcel de Algeciras (Cádiz), cuyas rejas les iban a servir de sustento de aquí en adelante. Lo hacen, cuentan, porque el Gobierno les ha "mentido". A ellos y al resto de escoltas que protegieron la vida de los amenazados por ETA y que ahora, cuando se piensa que la banda terrorista da sus últimas bocanadas, ya no tienen a quien cuidar. "Nos sentimos pisoteados por algunos de los que hemos sido su sombra", afirman.
Ambos amigos le reprochan al Ministerio del Interior que no cumpla la promesa que hizo. El departamento que dirige Jorge Fernández Díaz pensó en recolocar a los escoltas que habían trabajado contra ETA en la vigilancia perimetral de 21 cárceles de todo el país. Una de ellas, la de Algeciras. Sin embargo, las empresas que se han hecho con el servicio, cuentan José y Miguel Ángel, "han pasado" de ellos y han elegido "a dedo a quienes han querido". Y todo con el beneplácito del Ejecutivo español, que no les ha parado los pies. "Por el simple hecho de beneficiarse y ahorrarse dinero, van a dar trabajo a los suyos y han elegido a personas muy jóvenes sin la misma preparación que nosotros", asegura Miguel Ángel. Él es quien lleva más días en huelga de hambre. Con el de hoy (jueves) ya van 18. Su compañero José se unió a él tres jornadas después de que iniciara la protesta.
Los dos escoltas han trasladado su "indignación"» a la pequeña rotonda que hay frente a la penitenciaría algecireña. Allí han montado una tienda de campaña coronada por una bandera de España. Allí reciben el calor de familiares y amigos. Allí se mantienen a base de bebidas energéticas, agua y café. Allí, sentados sobre un pequeño banco de madera y una butaca de playa, explican que no levantarán el campamento hasta que el Gobierno lleve a cabo su compromiso.
No olvidan Al igual que nadie recuerda aquel episodio del terrorista y la escopeta, los dos amigos se niegan a olvidar lo vivido y sufrido durante los peores años del plomo en el País Vasco, cuando cada mañana revisaban los buzones o los bajos del coche para comprobar que no había bombas lapa. José, tras 21 años de experiencia como escolta, dice que "ha luchado por la libertad y la democracia" salvaguardando la vida de empresarios y políticos del País Vasco y de Navarra. Ha protegido a dirigentes de PP, PSOE y UPN. Lo ha hecho, como Miguel Ángel, en ambientes sumamente hostiles, donde los más radicales no les vendían pan, no les ponían un café o simplemente les insultaban porque sabían que protegían a los perseguidos por ETA.
«Vivíamos en continua tensión. Había gente que para intimidarnos nos decía: "¡Txacurra Kampora!, ¡Txacurra Kampora!". O lo que es lo mismo, "¡Fuera, perro!". Miguel Ángel, que ha trabajado como escolta desde los 21 años, cuenta que no sabe hacer otra cosa que no sea proteger al otro. "Somos personas que nos hemos especializado en esto", explica. Divorciado y con una hija de ocho años, él es quien presenta un peor aspecto después de haber perdido ocho kilos. Ha requerido del servicio de una ambulancia en tres ocasiones. Tenía la tensión alta y había sufrido mareos. Él mismo se pincha antiinflamatorios para combatir los dolores que está sufriendo en la parte baja de la espalda. "Últimamente no me puedo mover", dice.
Su compañero José, también divorciado y con una niña de seis años, ha perdido un poco más de peso. Nueve kilos. Sin embargo, se encuentra mejor que su amigo. "Por ahora mi cuerpo –-cuenta- está tirando de la grasa que tengo". Con Miguel Ángel no pudo acabar la bomba que la banda terrorista puso en el coche de su protegido Evelio Gil. Fue el 25 de octubre de 2000. No se sabe gracias a qué, el explosivo no detonó. Lo reconoció ETA años después. Ahora, el escolta dice que tampoco piensa arrodillarse ante el "engaño"»del Gobierno al que un día sirvió. José asiente. "Continuaremos aquí hasta que aguantemos o hasta que nos dé una respuesta". Van muy en serio. Si han puesto su vida en peligro miles de veces, por qué no van a ponerla una más con esta huelga de hambre.
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